LA EDUCACIÓN EN 2030
Catorce años son pocos en la historia del mundo. Incluso un siglo. Al menos, eso me decían en clase de Ciencias Sociales. Pero catorce años para la vida de una persona y para las nuevas tecnologías pueden ser demasiados. Las marcas de móviles, de hecho, necesitan solo seis meses para sacar un modelo mejor que el anterior. Seguramente mucho menos tiempo, pero deben asegurarse de que venden lo suficiente el producto anterior para lanzar el siguiente.
Hace precisamente catorce años terminé mi etapa como alumna. Yo viví a caballo entre la educación tradicional y la de las nuevas tecnologías, una etapa más aferrada a la hoja y al papel y más reacia a esta nueva incorporación. Sin embargo, en el momento en que dejé mi instituto, me empecé a plantear si las nuevas tecnologías me tenían alguna especie de alergia. Conforme terminó aquella etapa, las TIC arrollaron con todo: libros, redacciones a boli, pizarra... todo. Por lo menos, en mi colegio, el ipad se había hecho la herramienta protagonista, sin dejar ni siquiera un papel (nunca mejor dicho) secundario a los libros de toda la vida.
¿Recordáis lo que era un simple lápiz? A mí siempre se me caía al suelo y, sin levantarme de la silla, haciendo casi matrix, conseguía cogerlo. Os pregunto esto porque yo no he renunciado (ni tengo intención) de renunciar a las libretas, al lápiz y al borrador. Actualmente, soy profesora en el que fue mi instituto, el cual no soy capaz de reconocer ahora como propio. Las clases son transparentes, las pizarras se mudaron a algún lugar con la esperanza de que las volvieran a querer, y los libros ni siquiera se fabrican ya. Por una parte, me alegro enormemente por los árboles. Haber sustituido las hojas de papel por ordenadores ha salvado al vida de muchos de ellos y nos permite respirar mejor. Solo que, a veces, reflexiono seriamente si somos personas o no nos hace falta respirar.
El ser humano tiene la innegable capacidad de abusar de todo lo que puede, y era de esperar que no supiera mantener el equilibrio con esto de las nuevas tecnologías. Como os he dicho antes, soy profesora de lengua, pero me siento como una de informática. Las TIC deberían haber sido una herramienta, pero los humanos se han empeñado en ser consumidos por ellas, y ahora vivimos en un mundo que no se concibe sin ellas. Y depender del agua, de la comida, son cosas inevitables, pero no hay nada tan absurdo como hacerse uno mismo completamente dependiente de algo que debería haber sido un complemento de ayuda.
Ahora, ni siquiera la RAE ha mantenido la palabra “lápiz” en el diccionario. El otro día decidí que volvería a usarlo para poner los positivos y los negativos (esto sí se ha mantenido) con este, y, como cuando era pequeña, se me cayó al suelo. No falla, siempre se me ha caído. Antes de recogerlo, una de mis alumnas se agachó a cogerlo. Cuando me lo tendió para devolvérmelo, me miró con una cara de desinterés y extrañeza, y me preguntó: ¿qué es eso?
¿Cómo podía explicarle a la niña que “eso” que no despertaba el más mínimo interés en ella era toda mi infancia, mi flotador en este mundo tecnológico, mi olor favorito... algo que ella, por culpa de la estupidez humana, nunca llegaría a entender?
Catorce años son pocos en la historia del mundo. Incluso un siglo. Al menos, eso me decían en clase de Ciencias Sociales. Pero catorce años para la vida de una persona y para las nuevas tecnologías pueden ser demasiados. Las marcas de móviles, de hecho, necesitan solo seis meses para sacar un modelo mejor que el anterior. Seguramente mucho menos tiempo, pero deben asegurarse de que venden lo suficiente el producto anterior para lanzar el siguiente.
Hace precisamente catorce años terminé mi etapa como alumna. Yo viví a caballo entre la educación tradicional y la de las nuevas tecnologías, una etapa más aferrada a la hoja y al papel y más reacia a esta nueva incorporación. Sin embargo, en el momento en que dejé mi instituto, me empecé a plantear si las nuevas tecnologías me tenían alguna especie de alergia. Conforme terminó aquella etapa, las TIC arrollaron con todo: libros, redacciones a boli, pizarra... todo. Por lo menos, en mi colegio, el ipad se había hecho la herramienta protagonista, sin dejar ni siquiera un papel (nunca mejor dicho) secundario a los libros de toda la vida.
¿Recordáis lo que era un simple lápiz? A mí siempre se me caía al suelo y, sin levantarme de la silla, haciendo casi matrix, conseguía cogerlo. Os pregunto esto porque yo no he renunciado (ni tengo intención) de renunciar a las libretas, al lápiz y al borrador. Actualmente, soy profesora en el que fue mi instituto, el cual no soy capaz de reconocer ahora como propio. Las clases son transparentes, las pizarras se mudaron a algún lugar con la esperanza de que las volvieran a querer, y los libros ni siquiera se fabrican ya. Por una parte, me alegro enormemente por los árboles. Haber sustituido las hojas de papel por ordenadores ha salvado al vida de muchos de ellos y nos permite respirar mejor. Solo que, a veces, reflexiono seriamente si somos personas o no nos hace falta respirar.
El ser humano tiene la innegable capacidad de abusar de todo lo que puede, y era de esperar que no supiera mantener el equilibrio con esto de las nuevas tecnologías. Como os he dicho antes, soy profesora de lengua, pero me siento como una de informática. Las TIC deberían haber sido una herramienta, pero los humanos se han empeñado en ser consumidos por ellas, y ahora vivimos en un mundo que no se concibe sin ellas. Y depender del agua, de la comida, son cosas inevitables, pero no hay nada tan absurdo como hacerse uno mismo completamente dependiente de algo que debería haber sido un complemento de ayuda.
Ahora, ni siquiera la RAE ha mantenido la palabra “lápiz” en el diccionario. El otro día decidí que volvería a usarlo para poner los positivos y los negativos (esto sí se ha mantenido) con este, y, como cuando era pequeña, se me cayó al suelo. No falla, siempre se me ha caído. Antes de recogerlo, una de mis alumnas se agachó a cogerlo. Cuando me lo tendió para devolvérmelo, me miró con una cara de desinterés y extrañeza, y me preguntó: ¿qué es eso?
¿Cómo podía explicarle a la niña que “eso” que no despertaba el más mínimo interés en ella era toda mi infancia, mi flotador en este mundo tecnológico, mi olor favorito... algo que ella, por culpa de la estupidez humana, nunca llegaría a entender?
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